Sauna


Recuerdo ese invierno en Moscú, en que lo peor no era el frío, sino el tedio y la sensación de que todo el día había muerto, a las 3 de la tarde cuando salía de la oficina.

Entre mis expediciones por la ciudad, casi todas clandestinas, buscando sinagogas escondidas o cementerios de disidentes estuvo la de buscar la auténtica alma rusa.

Como el uso de la sauna es (o al menos era) una de las mas arraigadas costumbres rusas, localicé una típica sauna rusa, donde no fuesen turistas, ni estuviera en ningún hotel. Busqué el equivalente a esos baños públicos que existían hasta hace unos años en la rotonda de Embajadores...¿les recuerdan?

En aquella época me era difícil deshacerme de una compañera, cubana también, que trabajaba en mi misma empresa y a quien aquella ciudad le irritaba muchísimo y no estaba dispuesta a relajarse y mucho menos empatizar con las costumbres rusas.

Aunque parezca increíble, su nombre es Elena (nombre ruso) y cuando le dije que no me esperara a la salida del trabajo para regresar al piso me preguntó que por qué y sin darme tiempo a responder ya me decía que ella me acompañaría a dondequiera que yo fuese.

- No te va a gustar- le dije
- Menos me va a gustar irme sola en el metro y el trambai (tranvía) y luego llegar al piso a comer esa comida asquerosa.

Elena era así. No debemos odiarla por ello.

- Voy a una sauna rusa-rusa, una que queda cerca de la Krásnaya Plóchar (La Plaza Roja)

Y allí nos fuimos, pues Elena era la testarudez personificada y se vanagloriaba de que podía con todo.

Al llegar al edificio de la sauna, una de esas moles de principios del Realismo Socialista, de grises bloques, y fachada austera pero monumental, encontramos las primeras indicaciones. Como nuestro conocimiento del idioma ruso dejaba mucho que desear, miramos una especie de tablilla-menú, escrita, por supuesto en cirílico, donde aparecían supuestamente los diferentes tipos de baños o servicios, con sus respectivos precios.

Cuando eres capaz de pronunciar lo que lees, pero no tienes idea de lo que quiere decir, corres un peligro terrible, similar a cuando te sientas en un restaurante en Tokio y detestas los cadáveres de animales en tu plato.

Como no había muchas alternativas (escojer algo o marcharnos), musité brevemente el primer servicio de la tablilla con la triste esperanza que quizá no me entendieran y me dejaran marchar.

A pesar de mi incredulidad, la gorda rusa que había detrás de la ventanilla, con bata blanca y gorro de lana color rojo me preguntó que cuántos billetes quería (supongo que para entonces Elena había ocupado la otra mitad de la ventanilla por encima de mi hombro para ver qué yo hacía).

Entramos en el vetusto edificio, lleno de polvo y al llegar a una especie de recepción, otra gorda idéntica a la anterior, me señaló a mi indicándome una dirección y a Elena otra.

Al vernos cómo nos separaban, Elena me miró con cara de mascota abandonada, pero rápidamente frunció el entresejo y con cara de cabreo apretó el paso hacia la entrada que la gorda le indicaba.

Entré por mi correspondiente puerta, y descubrí un salón lleno de taquillas metálicas, de blanco carcomido. Abrí una y encontré en ella una toalla, un par de chancletas y una llave. Me quité la ropa dejándome los gayumbos, me calcé las sandalias y caminé toalla en mano hacia la otra salida de la habitación. A la altura del umbral, se presentó quizá la misma gorda (o un clon de las dos anteriores) que con mala leche me espetó: "nie budie, nie budie" (no puede, usted no puede), mientras me tiraba del elástico del calzoncillo. Como el asunto era de casi fuerza física, decidí quitarme los gayunbos y dejarlos en la taquilla y con la esperanza de que no me quitara la toalla, me la amarre alrededor de la cintura.

Debe haberle agradado mi gesto, pues cuando pasé por delante de ella hizo una flexión con la cabeza en signo de aprobación.

Llegué a una habitación donde había algo de vapor y de alli pasé a otra.

Justo cuando empezaba a identificar el espacio. La gorda salió detrás de la puerta, con una de esas escobas de fibra que se usan aún para barrer en los pueblos. Sin darme tiempo a nada me empezó a azotar por el pecho y la espalda, haciendo caso omiso a mis manos y brazos que trataban de esquivar los golpes.

Como vi que aquella señora no pararía, seguí acercándome a la próxima salida, a donde ella me persiguió hasta que crucé la puerta.

En esta habitación, había una cabaña de madera (la sauna) de tamaño gigantesco. Allí estuve pensando en todo el episodio anterior con las gordas, la dependencia de Elena conmigo, el tiempo que estaría en aquel país, etc. Una vez harto del calor, salí para encaminarme a la próxima salida. Como veréis eran una sucesión de pasillos-habitaciones contiguos.

Al ver el pasillo que me esperaba, lleno de duchas con agua helada, yo, ciudadano del Caribe decidí que ya era el momento de dar marcha atrás, regresar a la taquilla y no pasar por aquella tortura de chorros fríos de casi 15 metros de largo (el pasillo, no los chorros claro).

Cuando traté de regresar a pesar de temer el encuentro con la gorda azota-hombres, la misma gorda, esta vez prohibe-el-paso me gritó: "nie budie, nie budie" (ya sabéis algo de ruso, no?), con lo que me quería decir que tendría que atravesar aquella tortura de pasillo helado.

Cogí carrerilla y corri, y corri (a veces pienso que me paso la vida corriendo) hasta llegar al final del pasillo a una habitación sin gordas donde me esperaban las blancas carcomidas taquillas.

No fui capaz de disfrutar en silencio mi libertad. A lo lejos se oían los gritos de Elena, gritándole (quizas a otros clones de gordas)

- Degeneradas. pervertidas....locas ustedes todas están mal del coco!

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Tienes razón. Me he reído lo que me han dejado antes de pedirme silencio, pero prefiero tu voz, que duda cabe.
Alberto ha dicho que…
Gracias nena, ves que ahora si te identificado? besotes
ZoePé ha dicho que…
Me reí mucho. Y más porque alguna vez ví uno de estos lugares y lo describes así como lo recuerdo.
Vintage ha dicho que…
A esto le llamo yo relajarse y nada más
Me has recordado a Finlandia, pero alli no me pegaban, eso si luego tienen la puta manía de tirarse a un lago o rio o barril de agua helada, joder se te ponian las tetas mas duras q una piedra
ainsssssssss en q estaría yo pensando
jejjeje

muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk
Alberto ha dicho que…
Pues ya sabes de qué iba eso ZoePé, el alma rusa con la disciplina soviética, lo echo de menos... pero sólo un ratito...besotes


Bolerus:

Eso trataba (aún trato) de relajarme. La verdad es que no me puedo quejar de mis reacciones antes situaciones "extrañas"... me divierten y siempre me ponen de espectador... Lo del agua fría es un invento, no crees? :-)

besos
Anónimo ha dicho que…
Muy divertido tu relato...gracias,me interesa el pueblo ruso,no he estado allí y siento curiosidad
Alberto ha dicho que…
Anonimo:
Es un país y un pueblo fascinante. Si tienes oportunidad no dejes de conocerlo.
Un saludo en espera de conocer tu nick o nombre

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