Desde Leningrado con amor. Segunda parte

Echamos a andar por aquella ancha avenida y Jorge me servía de lazarillo, mostrándome el museo de la religión o catedral de la Virgen de Kazan, el puente de los Leones, el teatro del ballet Mali o el puente de los domadores de caballos, al que los cubanos le llamaban el puente de los 8 pares de cojones (2 caballos con sus respectivos jinetes) Recuerdo que vivía aquello como en una película de la época de los zares que hubiera visto antes. La gente, su vestir, mucho mas elegante que en Moscú y con un aire de antaño, los enormes y afrancesados edificios me parecían increíble.
Recuerdo que finalmente entramos en la Catedral de San Isaac, cuyo origen se remonta primeramente a una pequeña iglesia de madera construída en tiempos de Pedro I y ya en 1719 se pone la primera piedra,de un edificio espectacularmente grande y hermoso. La versión definitiva se construyó en 1812.Desde 1928, el gobierno decidió acceder a las "peticiones de los trabajadores" (tomado sic de la guía de la URSS publicada en 1983) y cerró la catedral al culto y la transformó en museo. Aún desconozco si se la devolvieron ahora a los curas, o si son éstos los que sacan una pasta mostrándola.
El caso que yo estaba allí, adentro, mirando su cúpula y el gigantesco péndulo de Foucault que caía desde el mismo centro de dicha cúpula. Me impresionó cuando me contaron que durante la guerra, para evitar que fuera blanco de las bombas, la cubrieron exteriormente con una inmensa tela negra para que no se viese su resplandor de oro. Algo parecido hicieron con la columna de Alexander, en la plaza del Hermitage y la sumergieron en uno de los canales hasta que finalizó la guerra.
Regreso al recinto de la catedral, y allí, al lado del péndulo de Foucault, empiezo a sentir la extrañeza de ver que el péndulo se movía cada dos o tres de mis pasos. Aquello era tan raro, que no me atreví ni a preguntar. Cuando salimos le pregunté a Jorge si a él le había pasado lo mismo y me sorprendí cuando me dijo:
- es imposible que se moviese, no estabas tan cerca como para producir una corriente de aire para moverla y además que yo sepa el edificio no se mueve.
Pues me quedé con la intriga de por que se movería para mí y sólo para mí aquél péndulo...
Luego nos marchamos fuera de Leningrado, a dormir en unos albergues de la universidad, en una especie de pueblo-dormitorio-universidad que estaba en Stari Petergof (Pedro el viejo). Allí casi todo estaba cubierto de nieve, mucho mas que dentro de la ciudad y afortunada mente encontré a una traductora de español, Karmen, hija de uno de aquellos niños de la guerra españoles.
A Karmen la conocía desde Moscú porque traducía para la empresa donde trabajaba. Le había comentado de mi fuga a Leningrado y me había dicho que ella estaría por aquellos días trabajando en un instituto en Stari Petergof. A pesar de que le conocía por el trabajo, a ella le estaba terminantemente prohibido tratar a ninguno de los extranjeros a quienes le traducía. No se podía intimar con nadie que pudiese ser un potencial enemigo.
Karmen acordó conmigo enseñarme Leningrado, pero para ello teníamos que tomar trenes diferentes. Yo tomaría el tren anterior y luego ella el siguiente. Le esperaría en el andén de la estación de Leningrado, pero si ella había detectado algún conocido en el tren, entonces pasaría por mi lado y seguiría andando como si no me conociera. Eso quería decir que nuestro encuentro y paseo no sería posible ya.
Esperé ansiosamente en aquél andén, deseando con todas mis fuerzas que viniese sola. El tren paró y logré verla esperando para bajarse en la puerta. Su mirada se posó un instante sobre la mía, pero su rostro se hizo hermético y pude verla como pasaba casi rozándome sin mirarme siquiera. Yo estuve unos segundos allí sin saber qué hacer y sintiéndome como si me hubiesen pegado.
No sé que pensé entonces y me dí la vuelta y aún con tiempo de ver su chapka de pelo, vi como rodeaba la estación.
Yo tomé por el lado contrario del edificio y me di prisa para verle en la acera, andando un poco mas rápidamente. Al cabo de tres o cuatro manzanas desapareció en un callejón...allí la seguí, y justo cuando ya no le veía apareció detrás de un arco de piedra.

- ¿por qué me has seguido y no te marchaste de vuelta en el tren?
- Medité unos instantes y le respondí:
- Porque si hicera eso , si que creo que sí me sentiría que merezco la cárcel.
Se sonrió y me dijo, vamos...

Pasamos uno de los días mas espectaculares de los viajes que he dado.
Me mostró toda la ciudad y me iba contando la versión oficial y la extraoficial de cada casa, de cada monumento.
Cuando ya caía el sol me acompañó al tren y me dijo:

- Te despediré allí, yo tomo un tren a Moscú, pero aún cuando esté contigo en el andén no deberías hablarme, ni siquiera hacer un gesto de despedida.

Y así fue.
Mi mano rozaba alguna vez con su abrigo mientras juntos esperábamos la llegada del tren.
Cuando subí y me senté pegado al cristal, pudo mirarme. Me miraba con una mirada distante, fija, pero casi ajena, mientras yo la veía empequeñecerse con su chapka según andaba aquella máquina.