¿Compasión y sexo?


Una de las cosas mas enriquecedoras que te pueden suceder es trabajar en un proyecto, donde sus integrantes sean de diferente nacionalidad y además que cada uno esté en un país distinto. De esas reuniones donde pasábamos tres o cuatro días juntos todos los meses o cada quince días se sacaban múltiples experiencias, anécdotas o al menos mas de una carcajada.Por otra parte el trabajo podía ser un poco rollo, uniformados en el inglés, intercambiábamos documentos, presentaciones, reuniones y vida social.

Hasta ahora siempre me ha dado un poco de pudor contar qué hacían los demás (contar lo que hacía yo, está dentro de mis derechos, otra cosa es que interese), pero contar qué hacían otros o cómo yo les percibía a veces me obliga a tener muchos reparos...

A pesar de esto, trataré de relatar algo que viví, quizá cambiando la nacionalidad, los nombres o los sitios de algo y de esa manera proteger la "intimidad" de gente, que aunque hace mucho tiempo que no veo, y que a muchos posiblemente no veré mas les tengo el respeto que se le debe a alguien que conoces o que no conoces, pero que tiene una vida tan respetable como la tuya, sea como sea su manera de expresarla o sentirla.

Digamos que en ese grupo variopinto que nos reuníamos en Londres, aquella vez, había tres chicas: una francesa, una italiana y una inglesa. Para más o menos completar aquél grupo (que no siempre integraba a los mismos), estaba un alemán, dos ingleses, un griego, un italiano y un...cubano, que iba en representación de la empresa en España. El cubano era yo claro. Y esto no es un cuento de Pepito (Jaimito).

En el grupo, que era bastante heterogéneo, no sólo en cuanto a nacionalidades sino a conducta y personalidad, destacaba la chica inglesa, que llamaremos Samy. Ni los italianos eran los más fiesteros, ni los alemanes los mas borrachos, ni los franceses los mas refinados. Y el cubano bailaba mal, tenía poco sentido del humor en inglés y además bebía whisky o ginebra en lugar de ron. En fin todo un desastre de gente y situaciones presupuestas.

Pues Samy era una chica en sus avanzados treinta (cómo suena eso). No era especialmente guapa, se teñía el pelo de rojo, tenía la cara muy alargada, poca cintura y abundante pecho. Se ponía una microfalda lo mismo en el invernal Manchester que en el sur de Francia, y siempre siempre iba con una sonrisa en los labios, nada fingida, que se hacía mas grande en la medida que andaba moviendo las caderas como si fuese una mulata tropical.

Me encantaba Samy. Verle ya en cualquier aeropuerto o en la recepción del hotel, me sacaba una sonrisa que terminaba en una carcajada. No sé por qué. Quizá a ella le pasaba lo mismo, pero con cualquiera que conociera, y eso era contagioso.

No sé en qué momento Samy comenzó a hablarnos de sus affaires sexuales. No digo "ligues", ni relaciones, pues ella los contaba no como parte de toda una historia, sino simplemente detallaba una situación específica en la que siempre estaban involucrados los genitales, las bocas o algo explícitamente sexual.

Quizá fué en una sobremesa, cuando por error discutíamos sobre algo que deberíamos presentar. Había quienes insistían en una presentación del producto, más que de la calidad en sí del sistema. Y recuerdo que Samy dijo de repente, calmadamente y esta vez sin sonreír:

- A ver si nos sale tan malo como el polvo que eché el martes pasado, con un tío de anuncio y al final la tenía pequeña y encima no sabía qué hacer con ella...

Una vez dicho esto, sonrió, creo que al ver la cara que se nos quedó a todos en la mesa.

Pardon? - dijo el alemán- que además repetía aquello siempre como una muletilla.

- Lo que oíste Hans- le dijo la francesa como para que Sammy no volviese a repetir aquellas palabras.

Yo me partí de la risa, y muchos de los demás creo que me siguieron. No sé si fue eso lo que le llevó a siempre sacarme alguna de aquellas frases o contarme algún episodio de los suyos, sin que yo preguntara nada, ni antes, ni después y terminara siempre riéndome a carcajadas.

Pero el relato de hoy, después de presentado casi todo el mundo, se centra en el griego Andonis. Andonis era un tío joven, de unos veintitantos años, enormemente gordo, pulcro de aspecto, con cara de uno de esos muñecos que tienen unos cachetes rojos fuera de lo normal. Además de eso, Andonis era un tipo tímido, sumamente profesional, que llevaba todas las tareas que le correspondían actualizadas, muy lejos de la "eficiencia" alemana, que siempre tenían una justificación para no haber terminado algo. Además Andonis era en el grupo, al tío que se le notaba babear con cualquier chica, huir con timidez de cualquier presentación y no atreverse a preguntar siquiera a una empleada del hotel algo pues tartamudeaba cuando hablaba (al menos en inglés) con las chicas. La verdad es que me hice amiguete de Andonis, no sé si por verle con tan pocos recursos ante la vida social o por haberle escuchado las bromas pesadas a los tíos ingleses, alemanes o italianos acerca de él.

Recuerdo una noche en una especie de pub-disco, en la que al menos se podía beber hasta más tarde y donde la música no era tan estridente como en las discotecas normales. Aquella noche los tíos empezaron a mofarse de Andonis en cuanto se tomaron dos copas y relataban de cómo le habían visto empalmado cuando la coordinadora del grupo nos había llamado a la puerta de cada habitación para decirnos que la reunión la tendríamos en otro sitio.

El pobre gordo no sabía ni qué hacer. Su sonrisa resultaba a veces una mueca para soportar la "gracia", le sudaban las manos y al mismo tiempo se ponía muy serio por instantes. Hasta que Samy decidió rescatarlo de la tiranía de la broma fácil, normalmente la que usa la gente para descargar las frustraciones en el diferente o en el más débil. Recuerdo que le dijo:

- Me voy a sentar a tu lado Andonis porque el único hombre que parece tener la testosterona que yo necesito eres tú. Dejemos a estos necesitados de muñecas hinchables o consoladores y pongámonos a hacer cochinadas esta noche para contárselas mañana por la mañana y se puedan morir de envidia.

Las chicas rieron, yo reí muchísimo y algún tío mas lo hizo, pero los otros se apresuraron en vocear cual ruedo como quien espera del torero su mejor faena.

Como yo ya estaba un poco harto de la broma, y tampoco estaba muy seguro de que lo que hiciese Samy quedara bien, decidí marcharme y la dejé sentada en las piernas de Andonis, acariciándole las mejillas infinitas y el cuello del pobre hombre.

A la mañana siguiente, me levanté temprano (según mi costumbre) y desayuné solo, lo que me permitía leerme un periódico del día o estirar las piernas alrededor del hotel antes de tener que ponerme en marcha en manada para la reunión.

Estaba sentado tomándome mi café cuando apareció Samy, con la misma ropa de la noche anterior, pero descalza, con los zapatos en una mano.

Me sonrió como de costumbre y yo le invité a que se sentara. Acto seguido le dije.

- Parece que ha terminado temprano en la mañana la noche, no?

- Si, me dijo, no contaba con quedarme en su habitación, pero al final creí que debería quedarme. Aún duerme, pero no pegó un ojo en toda la noche.

Mi cara no sé si tenía alguna interrogante, pero sé que me cuidé de no preguntar nada. Sin embargo ella prosiguió de la manera más natural del mundo:

- Pensé que era tímido, pero no virgen. Es un buen chico, creo que he hecho bien en acostarme con él, pero ahora me preocupa porque dice que se ha enamorado de mí...Y no follaba tan mal para ser primerizo, lo malo es que pesa como una ballena y tuve que ponerme siempre encima de él...

- ¿para que me cuentas eso?- le pregunté- ¿no te gustaba, por qué lo hiciste entonces?

Meditó unos segundos su respuesta y me dijo una frase que no sabía en inglés pero que había escuchado muchas veces en español, aunque casi nadie la practicaba realmente:

- Out of compassion- por compasión- Me dijo. Y siguió:

- La gente sobrevalora entregar su cuerpo a alguien y para mí no es problema. Si no me causa repulsión me podría acostar con cualquiera y hasta disfrutarlo.

Entonces pensé en lo que me decía. No pude valorar en ese instante si lo que hacía era una putada sintiéndose en el derecho a modificar la vida de alguien porque en su vida aquello no tenía importancia. Entonces recordé aquella vieja película "Arsénico por Compasión" (Arsenic and old lace), donde unas nobles viejecitas mandaban al "otro mundo" a cuanto viejo indigente había sólo por compasión.

Me disculpé y subí a lavarme los dientes.

Justo en el pasillo del hotel me encontré a Andonis que bajaba tratándose de meter la camisa entre su humanidad y el cinturón.

- Hola dije.

Me miró a los ojos fijamente y me dijo:

- ¿no me preguntas qué tal anoche?

- Bueno- le dije- supongo que bien- casi para evitar saber la otra parte de la historia.

- Si bien, pero...bah...un polvo como otro cualquiera.

- ¿?

A veces me doy miedo sintiéndome compasivo. A veces me pregunto si al sentirse compasivo nos sentimos por encima de algo o alguien. A veces me pregunto si la compasión puede llegar a ser por nosotros mismos y no por los otros. Quizá lo mejor es que se hiciera por todos. No dejaré de ayudar a nadie, pero juro que jamás usaré semejante palabreja cuando haga algo por los demás.

Comentarios

ZoePé ha dicho que…
Me he reído con tu relato, tan jugosamente contado.
La verdad es que para no variar coincido contigo, Albertico. La compasión es lo más parecido que hay a la lástima y no me va, ni darla ni sentirla por el otro.
Besos.
soy beatriz ha dicho que…
Excelente relato!!! me encantó y el tema me hizo recordar un libro que leí en mi adolescencia: LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN de ZWEIG, STEFAN:
A continuación te dejo un resumen del misma.

En los albores de la Gran Guerra, el teniente Anton Hofmiller recibe una invitación para acudir al castillo del magnate húngaro Lajos von Kekesfalva, cuya hija, que sufre parálisis crónica, se enamora del joven oficial. Hofmiller, que sólo siente compasión por la joven Edith, decidirá ocultar sus verdaderos sentimientos y le hará tener esperanzas en una pronta recuperación. Llega incluso a prometerse con ella, pero no reconoce su noviazgo en público. Como un criminal en la oscuridad, Hofmiller se refugiará en la guerra, de donde regresará como un auténtico héroe. La impaciencia del corazón-hasta ahora conocida entre nosotros como La piedad peligrosa-es sin duda uno de los mejores libros de Zweig, un sobrecogedor retrato de la insondable naturaleza humana que atrapará al lector desde la primera página.

Este es un resumen que saque de internet. Tal vez lo hayas leído.
Un abrazo grande!!!
ha dicho que…
No sé por qué cuando acabé de leerte separé la palabra: con pasión. Y también tiene sentido en tu relato.
La compasión es algo demasiado cristiano....

Besos, Al
Juncal ha dicho que…
Ahí le has dado, Fa.
Es uno de tantos sentimientos que de pronto puede surgir ante algo que consideramos, desde nuestra visión,inferior y digno de ayuda.
La religión la subió al altar de los valores y yo me pregunto si no debería haber permanecido íntimamente guardada dentro de cada cual en lugar de fomentar su exhibición que a veces no logra más que añadir humillación al otro.
Yo creo que como emoción puede que no pueda evitarse, pero desde luego hay que saber como gobernarla y por supuesto es poco "compasivo" hacer público algo tan particular.
Porque desde luego en cuestión de sentimientos,casi todo es relativo.(algo por cierto bastante alejado de la verdad, dicen los que saben).
Un beso.
Con palabras asturianas, cuando uno llora te consuelan compasivamente diciendo "probitina". ???
Ta acabas de hundir en tu dolor.
Alís ha dicho que…
No sé qué decidiría si tuviera que elegir entre morir virgen o que alguien se acostara conmigo por compasión, aunque me parece el peor motivo para estar con alguien.
Creo que como todo, la compasión bien entendida puede ser útil, o buena, pero es difícil encontrar el punto exacto.
Yo huyo de ella.

Besos
JOAKO ha dicho que…
Tus historias son siempre muy interesantes, y sacas petróleo de cada situación. Tienes razón, la compasión nos pone por encima del compadecido...y eso visto desde fuera es en ocasiones hasta cómico.

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