Ciertas verdades quitan el apetito


Hoy que nuestro (o ya no es mío, no?) Gran Timonel decide expresar lo contrario a lo que antes decía (no hablo de pensar, es lo que se dice, son sólo sus intereses y no lo que se piensa) y des- decirse (oh, esos actos fallidos..) me permito copiar algo de un libro que aún suena en mi cabeza una y otra vez. Posiblemente uno de los libros con que más aprendido últimamente y que como de todo lo que se aprende, se aligera el alma y uno se hace mas libre. Es un libro que aparentemente relata la vida de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. Pero es mucho mas que eso, es la anatomía de la ilusión y la perversión de la idea (aunque no sea la unica idea perversa que nos ofrece el mundo). Además es un libro que no sólo nos toca a todos los cubanos (donde asombrosamente no es necesario decir explícitamente que el infierno es un Infierno), sino también a aquellos amigos y colegas de la antigua URSS (y de esa especie de URSS actual), o todos aquellos españoles que sufrieron la guerra civil española, los que militaron en partidos de izquierda o los que creyeron en una República mas justa para los explotados.
No soy sospechoso de ser un tío de derechas. Pero menos quería ser sospechoso de tapar de manera sutil tantas y tantas mentiras. Creo que es la mentira lo que no debemos tolerar de nadie.
Quizá algún día pueda poner en orden las líneas grises que bordean cada definición de algo. O de cada idea, o de cada ideología. Pero encontrar esas líneas llenas de matices, lejos de confundirme, me han hecho mas sabio, mas ligero en el pensar, mas libre de "mente". El libro de llama "El hombre que amaba a los perros" y su autor es Leonardo Padura.

Una sinopsis del libro aquí
Y aquí va un fragmento:

Supe entonces que para muchos de mi generación no iba a ser posible salir indemnes de aquel salto mortal sin malla de resguardo: éramos la generación de los crédulos, la de los que románticamente aceptamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que cortaron caña convencidos de que debíamos cortada (y, por supuesto sin cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque así lo reclamaba el internacionalismo proletario, y allá nos fuimos sin esperar otras recompensas que la gratitud de la Humanidad y la Historia; la generación que sufrió y resistió los embates de la intransigencia sexual, religiosa, ideológica cultural y hasta alcohólica con apenas un gesto de cabeza y muchas veces sin llenamos de resentimiento o de la desesperación que lleva a la huida, esa desesperación que ahora abría los ojos a los más jóvenes y les llevaba a optar por la huida antes incluso de que les dieran la primera patada en el culo. Habíamos crecido viendo (así éramos de miopes) en cada soviético, búlgaro o checoslovaco un amigo sincero, como decía Martí, un hermano proletario, y habíamos vivido bajo el lema, tantas veces repetido en matutinos escolares, de que de la humanidad pertenecía por completo al socialismo (a aquel socialismo que, si acaso, solo nos había parecido un poco feo estéticamente, sólo estéticamente grotesco, e incapaz de crear, digamos, una canción la mitad de buena que «Rocket Man», o tres veces menos hermosa que «Dedicated to The One 1 Love»; mi amigo y congénere Mario Conde pondría en la lista «Proud Mary», en versión de Credence) Atravesamos la vida ajenos, del modo más hermético, al conocimiento de las traiciones que, como la de la España republicana o la de Polonia invadida, se habían cometido en nombre de aquel mismo socialismo .Nada habíamos sabido de las represiones y genocidios de pueblos, etnias, partidos políticos enteros, de las persecuciones mortales de inconformes y religiosos, de la furia homicida de los campos de trabajoo , del asesinato de la legalidad y la credulidad antes,durante y después de los procesos de Moscú. Muchos menos tuvimos la menor idea de quién había sido Trotski ni de por qué lo habían matado, o de los infames arreglos subterráneos y hasta evidentes de la URSS con el nazismo y con el imperialismo, de la violencia conquistadora de los nuevos zares moscovitas, de las invasiones y mutilaciones geográficas, humanas y culturales de los territorios adquiridos y de la prostitución de las ideas y las verdades, convertidas en consignas vomitivas por aquel socialismo modélico, patentado y conducido por el genio del Gran Guía del Proletariado Mundial, el camarada Stalin, y luego remendado por sus herederos, defensores de una rígida ortodoxia con la que condenaron la menor disidencia del canon que sustentaba sus desmanes y megalomanías.
Ahora, a duras penas, conseguíamos entender cómo y por qué toda aquella perfección se había desmerengado cuando se movieron solo dos de los ladrillos de la fortaleza: un mínimo acceso a la información y una leve pero decisiva pérdida del miedo (siempre el dichoso miedo, siempre, siempre, siempre) Con el que se había condensado aquella estructura. Dos ladrillos y se vino abajo: el gigante tenía los pies de barro y sólo se había sostenido gracias al terror y la mentira ...
Las profecías de Trotski acabaron cumpliéndose y la fábula futurista e imaginativa de Orwell en 1984 terminó convirtiéndose en una novela descarnadamente realista. Y nosotros sin saber nada ... ¿o es que no queríamos saber?

Comentarios

ZoePé ha dicho que…
Es tremendo lo del señor este. Pero tremendo.
Besos.
Noto cambio de look, no?
Más besos.
Juncal ha dicho que…
Pero no me negarás que es un arte.

Hola Alberto !!!!!!!!

El arte, aunque perverso, de crear idealistas. El convencimiento y sus síntomas, la seguridad y confianza en el modelo. Todo al servicio del creador de ese batallón de soldados creyentes, de lacayos sometidos al encanto de un proyecto ... convertido luego en tiranía de una doctrina.
Pero hasta los idealistas evolucionan.
Unos derivan en desilusión y otros en fanatismo.
Y mientras los fanáticos persistan el sistema agoniza pero no le dejan morir.
Besos recuperados.
Alís ha dicho que…
Buena pregunta ésa. ¿No se sabía o no se quería saber? O en presente, si prefieres, incluyéndonos.
Dicen que los maridos (o las esposas) son los últimos en enterarse de una infidelidad. Yo creo que eso ocurre porque no se quiere ver. Y con las ideologías sucede lo mismo. Duele tanto esa traición, duele tanto ver cómo se desmorona el castillo de nuestras ilusiones, que cerramos los ojos y lo construimos en el aire.
Para derribar éste también basta con que caigan dos ladrillos.

Besos

PD. Me alegra volver a leerte.
Anónimo ha dicho que…
Pues yo no sabia, algunos de mis amigos, como tu, siempre supieron pero yo creía que estaban equivocados y se estaban perdiendo algo enriquecedor e importante. Hoy ya no me causa ni la tristeza que alguna vez vino con el entendimiento, han pasado mil años y solo veo payasadas y subdesarrollo. Gracias por tu post tan interesante, salgo de aquí con un libro que leer y un par de fantasmas que enterrar
Un abrazon anónimo
JOAKO ha dicho que…
¡Pero este blog no había echado el cierre?

Me alegro de que no haya sido así.

Muy interesante post, siempre me fascinó la figura de Ramón Mercader, un catalán de clase alta que termina matando a Trosky en Mexico, en una vida como esa cabe mucho misterio.

La novela tiene muy buena pinta, y si algo le hace falta a la revolución cubana y a la sociedad cubana es comezar a pensar en el futuro, y en el fracaso.Porque la revolución cubana es un enorme fracaso jalonado de pequeños éxitos.

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