Berlín
Mi primera vez en Berlín no vi Berlín.
Era el año ochenta y algo y mi vuelo hacía escala en Berlín oriental con destino Moscú.
Desde los lejos, en la acristalada sala de espera trataba de reconocer el famoso muro que dividía Berlín Oriental de Berlín Occidental, el capitalismo del socialismo, el bien del mal.
A pesar de mis empeños no pude cerciorarme si aquello que miraba en la distancia podía ser aquél muro... no tenía a quien preguntarle y estaba seguro de que de hacerlo a cualquier personal del aeropuerto o a cualquier pasajero del campo socialista (eran los que se movían por allí) recibiría una mirada de sospecha y posiblemente una respuesta ambigua o inexacta.
Así pasé por Berlín sin apenas darme cuenta.
Años mas tarde, en el año 2005, después que había caído el muro y Berlín era uno solo me fui con unos amigos, no con mucho entusiasmo. Berlín se me antojaba una ciudad fría y mi visión de los alemanes estaba determinada por los técnicos de la antigua RDA que llegaban a Cuba, estúpidamente sonrientes y con sandalias con calcetines. La otra imagen de los alemanes, supongo que es la que todos tenemos de la Alemania nazi, esa extraña fascinación que ejercen las historias del imperio del mal (ese si), la crueldad de los oficiales nazis y el inexplicable seguimiento por parte del entonces pueblo alemán.
Ya había estado en Praga y en varios sitios de Polonia, Varsovia, Cracovia. En todas aquellas ciudades había huellas alemanas además de las aldeas destruidas de Bielorusia y los campos de concentración de Polonia.
Cuando llegué a Berlín (esta vez de verdad), quedé impactado por una ciudad, que además de la grandiosidad de los edificios de lo que había sido Berlín Oriental, sus habitantes habían vivido una situación muy parecida a la que todos los cubanos habíamos vivido (o mas bien, viven aún).
La división física (en Berlín por un muro), en Cuba por el estrecho de la Florida, de un pueblo, con las familias de un lado y de otro, los odios fomentados, la comunicación entre ambos prohibida, los intentos de fuga de unos y la intención de imponer el modelo de vida capitalista de otros, a través de las emisiones televisivas o de radio.
Todo era tan parecido.
Estar en el museo del Checkpoint Charlie, uno de los pasos permitidos para ciudadanos extranjeros o personal diplomático y conocer las historias de fuga tan similares, tratando de cruzar esa frontera metido en un equipaje (en el caso de Cuba hubo quien se "facturó" en un baúl), escapes en Globo o en canoas a través del río Spree, me recordaban las fugas en balsas o barcos improvisados con las maderas de la casa.
Cada hombre de cada sitio de este planeta se parece y reacciona de la misma forma ante una misma manera de opresión. Se puede ser alemán, cubano o incluso árabe o judío, al final, cualquier opresión al género humano nos hermana.
Cada paso en la ciudad me preguntaba en qué parte de la antigua Alemania me encontraba. Hay costumbres de cualquier época de horror que suscitan ser rememoradas, redigeridas, para quizá hallarles una explicación de por que los propios hombres hacemos cosas contra nosotros mismo.
A pesar de que aún después de tantos años de reunificación había señales que identificaban cada Alemania. Pero aún cuando esas diferencias eran aún palpables, había cierta alegría en el ir y venir de la gente. Una explosión cultural del arte de lo que había sido la RDA, con los aires de libertad lo inundaba todo. Muchísimas casa ocupadas reconvertidas en galerías alternativas y además una nueva generación que vestía y se expresaba de una manera diferente.
Cuando visité la antigua sede de la Stasi (policía política de seguridad del estado), me parecía estar en muchas de las oficinas que había visitado en mi país. La misma sordidez de los pasillos, el color gris de las paredes, la tremenda maquinaria burocrática del espionaje.
Algún tiempo después llegaron las películas de aquel momento del reencuentro. Llegó "Good bye Lenin", con el mismo humor agridulce de tantas películas cubanas. Y mas tarde "la" película: "La vida de los otros", el filme de la reflexión, de lo que fue y en lo que terminó. De ver a un secretario del partido comunista alemán reciclado en capitalista. Pero sobre todo la descripción de aquél macabro sistema, aquella vigilancia sobre cualquier forma de vida independiente, sobre cualquier cosa que significara incluso un tímido desafío a la autoridad.
Algún amigo que aún vive en Cuba me comentó que en La Habana se pudo ver sólo un día, en el Festival de Cine Latinoamericano, como una muestra de cine extranjero y que rápidamente la gente la bautizó como" La vida de nosotros".
Estoy seguro de que todo no ha sido color de rosa, y muchas cosas terribles han pasado y pasan en los antiguos países socialistas; pero nada de eso empaña la alegría que siento cada vez que rememoro aquella noticia de la caída del muro y aún creo que por muy imperfecta que sea la sociedad alemana, valió la pena.
Era el año ochenta y algo y mi vuelo hacía escala en Berlín oriental con destino Moscú.
Desde los lejos, en la acristalada sala de espera trataba de reconocer el famoso muro que dividía Berlín Oriental de Berlín Occidental, el capitalismo del socialismo, el bien del mal.
A pesar de mis empeños no pude cerciorarme si aquello que miraba en la distancia podía ser aquél muro... no tenía a quien preguntarle y estaba seguro de que de hacerlo a cualquier personal del aeropuerto o a cualquier pasajero del campo socialista (eran los que se movían por allí) recibiría una mirada de sospecha y posiblemente una respuesta ambigua o inexacta.
Así pasé por Berlín sin apenas darme cuenta.
Años mas tarde, en el año 2005, después que había caído el muro y Berlín era uno solo me fui con unos amigos, no con mucho entusiasmo. Berlín se me antojaba una ciudad fría y mi visión de los alemanes estaba determinada por los técnicos de la antigua RDA que llegaban a Cuba, estúpidamente sonrientes y con sandalias con calcetines. La otra imagen de los alemanes, supongo que es la que todos tenemos de la Alemania nazi, esa extraña fascinación que ejercen las historias del imperio del mal (ese si), la crueldad de los oficiales nazis y el inexplicable seguimiento por parte del entonces pueblo alemán.
Ya había estado en Praga y en varios sitios de Polonia, Varsovia, Cracovia. En todas aquellas ciudades había huellas alemanas además de las aldeas destruidas de Bielorusia y los campos de concentración de Polonia.
Cuando llegué a Berlín (esta vez de verdad), quedé impactado por una ciudad, que además de la grandiosidad de los edificios de lo que había sido Berlín Oriental, sus habitantes habían vivido una situación muy parecida a la que todos los cubanos habíamos vivido (o mas bien, viven aún).
La división física (en Berlín por un muro), en Cuba por el estrecho de la Florida, de un pueblo, con las familias de un lado y de otro, los odios fomentados, la comunicación entre ambos prohibida, los intentos de fuga de unos y la intención de imponer el modelo de vida capitalista de otros, a través de las emisiones televisivas o de radio.
Todo era tan parecido.
Estar en el museo del Checkpoint Charlie, uno de los pasos permitidos para ciudadanos extranjeros o personal diplomático y conocer las historias de fuga tan similares, tratando de cruzar esa frontera metido en un equipaje (en el caso de Cuba hubo quien se "facturó" en un baúl), escapes en Globo o en canoas a través del río Spree, me recordaban las fugas en balsas o barcos improvisados con las maderas de la casa.
Cada hombre de cada sitio de este planeta se parece y reacciona de la misma forma ante una misma manera de opresión. Se puede ser alemán, cubano o incluso árabe o judío, al final, cualquier opresión al género humano nos hermana.
Cada paso en la ciudad me preguntaba en qué parte de la antigua Alemania me encontraba. Hay costumbres de cualquier época de horror que suscitan ser rememoradas, redigeridas, para quizá hallarles una explicación de por que los propios hombres hacemos cosas contra nosotros mismo.
A pesar de que aún después de tantos años de reunificación había señales que identificaban cada Alemania. Pero aún cuando esas diferencias eran aún palpables, había cierta alegría en el ir y venir de la gente. Una explosión cultural del arte de lo que había sido la RDA, con los aires de libertad lo inundaba todo. Muchísimas casa ocupadas reconvertidas en galerías alternativas y además una nueva generación que vestía y se expresaba de una manera diferente.
Cuando visité la antigua sede de la Stasi (policía política de seguridad del estado), me parecía estar en muchas de las oficinas que había visitado en mi país. La misma sordidez de los pasillos, el color gris de las paredes, la tremenda maquinaria burocrática del espionaje.
Algún tiempo después llegaron las películas de aquel momento del reencuentro. Llegó "Good bye Lenin", con el mismo humor agridulce de tantas películas cubanas. Y mas tarde "la" película: "La vida de los otros", el filme de la reflexión, de lo que fue y en lo que terminó. De ver a un secretario del partido comunista alemán reciclado en capitalista. Pero sobre todo la descripción de aquél macabro sistema, aquella vigilancia sobre cualquier forma de vida independiente, sobre cualquier cosa que significara incluso un tímido desafío a la autoridad.
Algún amigo que aún vive en Cuba me comentó que en La Habana se pudo ver sólo un día, en el Festival de Cine Latinoamericano, como una muestra de cine extranjero y que rápidamente la gente la bautizó como" La vida de nosotros".
Estoy seguro de que todo no ha sido color de rosa, y muchas cosas terribles han pasado y pasan en los antiguos países socialistas; pero nada de eso empaña la alegría que siento cada vez que rememoro aquella noticia de la caída del muro y aún creo que por muy imperfecta que sea la sociedad alemana, valió la pena.
Comentarios
Nunca he ido, es una asignatura pendiente que ni siquiera he planeado examinar todavía.
Hay otra película que me gustó mucho aunque su tono es diferente. La ví con el nombre de Los Edukadores. En IMDB, aquí.
No he estado en Berlín, no me apetece demasiado.
No sé que pensaban los alemanes en el siglo XX.
Y prefiero no preguntar lo que piensan ahora.
Saludos.
Del muro me remito a como pasó el muro 007 en "La espía que me amó"...en un PIG.
En fin que es una ciudad que me impresionó y a la que estoy deseando volver.Abrazo.
Besos, Alberto.
Berlín, una cuenta que tengo pendiente.. todo el mundo habla maravillas de la ciudad..
Gracias por dar un poco más de información.
Berlín, una cuenta que tengo pendiente.. todo el mundo habla maravillas de la ciudad..
Gracias por dar un poco más de información.
Porque parece que por comida y por casa la cosa no fue ni mucho menos como en Cuba.
Lo del ladrido ahí sí que estaban hermanadas.
Ví un documental el otro día y lo enfocaba como una ciudad que ha sabido asimilar su libertad y ha recobrado entre otras cosas la alegría.
Ah, y para los jóvenes creo que tiene una marcha increíble. Parece que de las que más.
La ciudad está pagando su deuda ...
Un beso turista eterno.