Coney Island

Creo que hay pocos sitios en el mundo tan cutres como Coney Island. Quizá soy demasiado severo y la palabra correcta es "decadente".
Coney Island es una península que corresponde a Brooklyn, uno de los barrios o distritos de NY.
Y además debo decir que me gusta. Es conocido principalmente por su parque de atracciones y por ser la playa más cercana a la ciudad.
No todas las cosas cutres me suelen producir la misma sensación, pero Coney Island es una de esas, que aún pareciéndome decadente, cutre u hortera (podéis escoger) ejerce sobre mi la fascinación de lo que aún siendo ajeno y a veces repelente para mis gustos habituales no puedo dejar de mirar una y otra vez con una insistencia morbosa. ¿Qué le voy a hacer? Soy así de rarito desde pequeño.
Hay otra razón casi nostálgica. En la playa de Marianao, un barrio de La Habana como es Brooklyn de NY, existía (creo que quizá aún exista) un parque de atracciones que se llama Coney Island.
Siempre que me vence la rutina en NY decido emprender una excursión allí, que empiezo a disfrutar desde que tomo la línea de metro que me lleva, durante un trayecto de mas de una hora y afortunadamente gran parte del recorrido sobre tierra; por lo que puedes ir viendo una barriada y otra y en cada sitio sus gentes. Históricamente las zonas cercanas de Coney Island se poblaron de rusos judíos y aún ahora (hace ya 20 años, que no son nada como dice Carlitos) cuando se produjo el éxodo del "Este" muchos rusos-soviéticos vinieron a carenar aquí.
El sitio es una mezcla de parque de atracciones, incluso con locales que prometen la exhibición de fenómenos humanos (aunque supongo que fuera se pueden encontrar mas freakies) y playa popular.
No hay tanto extranjero como norteamericano de clase "baja"; gente que se gana la vida lo mejor que puede y que no se puede permitir irse a las playas de Long Island o pagarse un viaje a Disneyland.
Recuerdo especialmente un viaje en ese metro que me llevaba a la playa. Era invierno y la posibilidad de caminar por la orilla desierta y mirar los esqueletos de los aparatos del parque de atracciones me incitaba a hacer el viaje.
Un matrimonio viejo, muy viejo subió en una estación del centro de la ciudad. Al observarlos detenidamente, sus ropas todas de negro, el sombrero de él de ala ancha y la peluca de la señora indicaban que eran el típico matrimonio judío apegado tanto a su tradición que llegaban a convertirse en la tradición misma, ausentes de cualquier otra identidad o identificación.
Como la gente mayor (yo también empiezo a ser mayor y por eso lo sé), actuaban con el desparpajo que dan los años, ocupaban mas que sitio del que normalmente les correspondería en la fila de asientos y miraban inquisidoramente a cualquiera que se parase frente a ellos. Ese fue mi caso. Al poco rato de entrar y sentarse, me levanté yo dejándole el asiento a otra anciana y aprovechando para aproximarme a ellos.
En realidad no estaba preparado para la inspección de la señora. El señor me echó una mirada de arriba a abajo e hizo una mueca de reprobación, olvidando de inmediato mi presencia. Pero ella se detuvo en cada sitio en que miró. Después de mirarme directamente a los ojos comenzó un sondeo que iba desde las botas manchadas con la sal, el pantalón de pana gris sin apenas color, la chaqueta (quizá demasiado nueva para el resto) y cuando yo pensé que se detendría en mi cara, prácticamente la pasó por alto centrándose en mi ridículo gorro de esquiar, que si mal no recuerdo tenía hasta una de esas bolas de estambre que en Cuba le llamaban "pompón".
El tiempo que estuvo concentrándose en mi gorro fue tal, que me hizo repudiarlo de inmediato y casi quitármelo, de lo cual me abstuve por no darme por enterado.
Después me olvidó. desaparecí de su vista. Más aún de su cuerpo.
A pesar de haberse casi vaciado el tren (cada vez nos acercábamos más a la última parada) yo seguía de pie frente a ellos, mirándoles disimuladamente, pero con la comodidad de estar de pie a mayor altura que ellos.
Hablaron supongo que en yidish, porque no pude entender nada y sólo al final una o dos palabras en ruso.
- Pashalsta- dijo ella
Y acto seguido presencié una de las escenas más surrealistas de mi vida:
Ella abrió su gran bolso y sacó una bolsa de plástico transparente. Metió su mano enguantada y sostuvo por un momento en la palma de la mano algo que... dios ... me pareció que era una dentadura postiza.
Siguió hurgando con su otra mano en el bolso hasta encontrar un cepillo de dientes y un pequeño tubo de pasta blanca. Cepilló cuidadosamente la dentadura con el cepillo dejando caer sobre su
abrigo negro las partículas que tenía y aplicó la pasta blanca en la ranura donde iría la encía.
Acto seguido, con un movimiento rápido se colocó la dentadura con una mano y entonces ... entonces ... levantó la cabeza buscó mis ojos y me sonrió con aquella sonrisa artificial que me había escondido todo el viaje a Coney Island

fotos de Coney Island aquí

Comentarios

bambu222 ha dicho que…
Buenísimo,la realidad es mucho más creativa a veces que la ficción.Abrazo.
Juncal ha dicho que…
Creativa, dice Bambú y sí.
Y cruda, vista desde fuera del mundo de los otros, también.
Un juego de observación con broche final : el jaque mate de un desafío y la sonrisa como trofeo.
Vivir para ver (debe ir en proporción) y tú tienes el disco duro repleto, Alberto.

Venga,utilízanos como copia de seguridad ;-) que sería una pena perder (cosa de la edad) toda esa información.
Vamos que te vuelques.
Y esto, también es un desafío.

Un abrazo.
Sinplan ha dicho que…
Muy interesante como siempre, que tal si nos vemos en NY en Diciembre?

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