Cosas de pueblo
La mannana deja el pantalon corto. La parefernalia de la bici, la mochila, es casco, el ipod y la camara. Me pregunto cuanto de todo esto aparecio aqui, cuando estas tierras se llenaron de coches altos, con potentes motores y colores brillantes.
Me pregunto cuando empece yo a andar con todo esto, cuando me aleje de aquella bici sin marchas, oxidada por el tiempo y el salitre con la que me escapaba, lejos, lejos de casa, hacia el mar, para volver a la hora de la comida, lleno de ruegos de mi madre, para luego volver a salir, en aquella bici y pasar y repasar aquellas calles y el matorral frente al mar.
Desciendo la cuesta y el pueblo comienza a hacerse cada vez mas cercano y logro meterme entre las calles que me hacen olvidar la carretera, tan impersonal, llena de sennales de trafico.
Giro hacia la iglesia, la soprepaso y bordeo el camposanto...detras hay un camino que promete alejarme mas, sin llegar a ningun sitio.
Es la fascinacion de escapar sin llegar a ninguna parte.
El camino de amapolas asciende y comienzo a ver una antigua casa, un abandono en el medio de la nada, ya sin pueblo. Es una antigua hermita, abandonada.
Me pregunto si realmente es antigua o quiza no tanto, dejada ya por el capricho de alguien.
Traspaso la rota puerta y compruebo los nichos donde habitaban las imagenes, la pequenna pila baustismal, los restos de las columnas de granito.
Hay historias que permanecen en los lugares sin contarse. Retumban en las antiguas paredes. Entristecen a quien se sienta a escuchar.
Regreso por el camino, los olores del campo se vuelven a avivar...reencuentro el pueblo y descanso en la tapia del cementerio.
Lo justo para ver sin apenas ser visto, la entrada de los fieles a la iglesia. Una comunion o un bautizo. La ciguenna del campanario se ha mudado al edificio de enfrente para ver mejor la comitiva
Les veo. Algunos son los que me cruzo cuando bajo a tomarme un aperitivo al bar. Me responden al saludo cortesmente, pero siento que siempre me veran como alguien de fuera de aqui.
No quieren a uno mas. Ellos no quieren y yo no se como hacerlo. Esto guarda seguridades. Y alimenta desconfianzas.
Hoy siento que debo irme de aqui. En esta paz, en este sitio donde me siento tan bien, algo me dice que debo regresar al castillo del bullicio, a las calles atestadas de coches, al sitio donde la gente no te reconoce ni te saluda.
Debo regresar a la seguridad que da las rutinas.
Comentarios
Yo la prefiero.
He disfrutado mucho de los pueblos y aún pillé retazos de un tiempo que ya no existe, donde la vida era muy diferente de la ciudad.
Pero ahora no me gustan.
Son pueblos antiguos por fuera y on line por dentro.
Las granjas están robotizadas.
Y hasta el tonto del pueblo hace un máster de finanzas.
Aquello se acabo.
Saludos.
La abuela Marina,con 104 años y estupenda, iba hasta hace poco a un pueblo de Avila. Como es muy presumida se componía como una Barbie para salir a pasear al atarecer ,cuando bajaba el calor.
Nos contaba que las viejas de allí, que a esas horas ya no salen, la fisgoneaban entre los visillos y era la comidilla del pueblo.
Uno por salir y dos por arreglarse.
En la ciudad es, al contrario, la atracción.
Cuestión de horizontes...
Besos
Juncal.
Besos, Alberto
PD. ¿Regresaste antes a la ciudad?
Si alli encuentras la paz y el descanso que necesitas, no dejes de ir, no renuncies, acabaran aceptandote como uno mas, estoy seguro.
Un abrazo.
Según vas viendo todo, imaginar lo que ha habido y ha pasado por allí te lleva a un viaje en el tiempo increible.
Las gentes?hay de todo en todos los sitios, pero ir "en ca la alicia", que el panadero te visite cuando estás malo, poder dejar la puerta de casa abierta porque mi hermana no lleva la llave o dejar la bici en la puerta sin candado no tiene precio.
Un abrazo